Déjame que te cuente... Reiki. Mi primer día de formación
Después de lo que para mí impaciencia fue una larga introducción teórica llegaron las prácticas. ¡Oh! Yo no podía creer lo que sentía en mis manos. Era como si de las palmas emanara algún tipo de carga magnética, como si el campo áurico de esa zona se hubiera densificado. Eso era, según explicaba el profesor, la energía Reiki (o energía universal) canalizada. Al colocarlas sobre el cuerpo de la otra persona pude sentir como se trasladaba en forma de calor y en algún punto me pareció notar como se absorbía más energía de la que mis manos generaban.
He de decir, para ser honesta, que en este punto mi resistencia mental empezaba a cortocircuitar. Mi racionalidad no podía experimentar, descubrir y encontrar explicación al mismo tiempo. Tenía que escoger entre experimentar sintiendo o experimentar pensando. Es evidente que eso no se consigue sólo con decidirlo. Años y años ejercitando y priorizando la mente racional, con todas sus creencias absolutas, heredadas y propias, no se disuelven en un día de formación. Pero me contrariaba que mis pensamientos interfirieran en mi experimentar, así que me dije a mi misma que ya tendría tiempo para pensar después pero que aquella experiencia tenía la duración del curso y convenia aprovecharla. Esto centró automáticamente mi atención.
Una vez finalizada la primera sesión todos los alumnos compartimos las sensaciones que habíamos tenido. Oír que algunas compañeras habían visto aves mágicas, colores o algún ángel mientras impartían Reiki catapultó mi mente conformada hacia la racionalidad de nuevo. ¿Que habían visto qué? Veamos, podía llegar a aceptar sensaciones físicas, al fin y al cabo entendía que solamente observándonos podíamos llegar a detectar cosas que nos pasan habitualmente desapercibidas, pero lo de las visiones ya era otra cosa, que volví a juzgar más propias de estados psicotrópicos. La descripción de detalles, de matices de colores, los personajes y algunas escenografías me parecían incomprensibles. Ya no digo las interpretaciones que entre profesor y alumnas aventajadas hacían de todo aquello que, curiosamente, la persona receptora de la sesión confirmaba en algunos puntos. Estaba atónita. Me sentía incapaz de asumir todo aquello sin acabar ingresada en un manicomio. Me resultaba imposible no sospechar de un estado de perturbación transitoria que, de alguna manera, provocaba la propia técnica.
En la segunda sesión mi mente estaba tan perdida que se aferraba desesperada a la posibilidad que aquello acabaría siendo una experiencia más para explicar. Y allí estaba otra vez, con mis manos sobre un cuerpo desconocido. Empecé a bostezar, avergonzada por aparentar aburrimiento. El profesor se apresuró a decirme que no contuviera, que bostezara ampliamente, que estaba limpiado. Yo no sabía si ponerme a llorar o a reír. De pronto sentí molestias en la boca del estómago. Retuve esta información para compartirla al finalizar, no sé cómo ni porqué, pero tenía la certeza de que aquello no era mío. Atenta a mi cuerpo de pronto aparecieron unas extrañas punzadas en la zona de mis genitales y una presión en el hombro derecho. Recordé que el profesor nos había enseñado qué hacer en estos casos, así que pregunté en silencio si aquellas molestias eran mías y ¡flas! Desaparecieron. Quedé asombrada.
Compartiendo mi experiencia después de la sesión, el receptor explicó que llevaba un tiempo muy nervioso porqué le habían diagnosticado problemas de próstata y que su padre había fallecido de cáncer en esta zona. Bien, las personas que ja conocen estas técnicas energéticas sabrán relacionar esta información con mis síntomas. A mí no me lo tuvieron ni que explicar. Por arte de magia todo parecía tener sentido, hasta desde una perspectiva racional -¿estaba perdiendo el juicio?- negar aquellas coincidencias me resultaba realmente complicado y considerarlo todo coincidencia también.
Esta jornada finalizó con la “implementación” de los dos primeros símbolos de esta técnica, que se habían de ejercitar durante 21 días de autotratamiento individual en los que me tenía que hacer sesiones diarias a mí misma.
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